Casa Usher

lunes, julio 02, 2012

El primer naufragio

En esta ocasión quiero hablar un poco de un libro histórico. No una novela, aunque la fiel dramatización de muchos hechos auténticos pueda hacer que, a veces, pensemos que estamos leyendo una obra de ficción. Me refiero a El primer naufragio, de Pedro J. Ramírez.

Hay que ser franco desde el principio: es un libro que hay que coger con ganas. Son muchísimas páginas y hay momentos en los que uno parece que no avanza. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de lo narrado aquí son las sesiones de la Convención durante el año 1793, desde la ejecución de Luis XVI hasta el golpe de Estado que llevo al poder a los jacobinos. Casi como si leyeramos el diario de sesiones del Congreso. Evidentemente, no hay ningún paralelismo, por supuesto. En la época de la Revolución, asistir a una sesión parlamentaria podía ser tan peligroso para un diputado como estar en mitad de una turba de sans-culottes para un aristócrata. Por tanto, la tensión está presente en cada momento.

Indudablemente, estamos ante uno de los momentos críticos de la Historia. Un momento en el que las ansias de libertad son adelantadas por la izquierda por el frenesí revolucionario, la sed de sangre y la sed de poder. Poco a poco, hombres que habían sido la vanguadia de los cambios, son aplastados por los radicales que sólo quieren destruirlo todo y tomar por la fuerza las posesiones de los demás.

Desgraciadamente, lo más terrible del libro ha sido la de veces que este guión se ha reproducido en los últimos doscientos años. Hay personas que quieren cambiar las cosas, mejorarlas, y dan un impulso para ello. Pero pronto los extremistas se hacen con el mando, y ya nadie está seguro, ya no hay libertad, porque cualquier persona puede ser "enemigo de la Revolución".

Los últimos capítulos del libro son sin duda los mejores, y aquellos con los que mucha gente puede sentirse identificada, porque lo vemos a diario en el mundo entero. Sigue habiendo muchos Robespierre y Marat cuya sed de poder no conoce límites, los inventores de una suerte de despotismo democrático: llego al poder gracias a la violencia de las turbas y, una vez que estoy arriba, yo soy la voz de la masa, y yo soy quien le dice al pueblo que es feliz, y ellos tienen que creerme o morir en el intento.

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